miércoles, 12 de mayo de 2010

~ Guerra de Arauco

Guerra de Arauco

Los seguidores del padre Bartolomé de las Casas propugnaban la llamada guerra defensiva, que consistía en esencia en eliminar todo intento de conquista violenta y dejar que los evangelizadores realizaran su tarea.





Imágenes

Fray Bartolomé de Las Casas

Fray Bartolomé de Las Casas.

Fuerte de Arauco

Fuerte de Arauco, según Claudio Gay.

Ambrosio O'Higgins

Ambrosio O'Higgins

Las ideas expuestas por el padre dominico Bartolomé de las Casas (1510), que no justificaba las guerras que se hacían para evangelizar a los indígenas y proponía la supresión de las encomiendas y la libertad a los indios, contaron con el apoyo de muchos teólogos y juristas. Todos ellos coincidían en propugnar la guerra defensiva, que en esencia consistía en eliminar todo intento de conquista violenta y dejar que los evangelizadores redujeran a los indígenas mediante sus misiones.

En esta empresa estaba el padre jesuita Luis de Valdivia, quien había celebrado con los indios el parlamento de Paicaví (1612) y los veía dispuestos a la paz. Sin embargo, la primera entrada de tres misioneros terminó en tragedia, ya que fueron asesinados por los indígenas.

A pesar de los esfuerzos del padre Valdivia y los del gobernador Alonso de Ribera, la guerra defensiva resultó ser un fracaso. Así, este sistema de guerra existió legalmente hasta 1626, cuando el rey Felipe IV autorizó volver a la guerra ofensiva, y por la falta de trabajadores en las haciendas declaró vigente la Real Cédula de 1608, que hacía esclavos a los rebeldes.

De este modo, el ejército profesional reorganizó la defensa de los fuertes y volvió a realizar malocas, con la finalidad de provocar a los indígenas y así poder esclavizarlos, ya que según la Real Cédula esta pena se disponía para aquellos que eran sorprendidos con armas. Los indios, a su vez, respondían con malones, en los que atacaban las estancias vecinas a la frontera, robando ganado y raptando niños y mujeres.

El desgaste mutuo, la larga data del conflicto –casi medio siglo–, la destrucción ocasionada por la guerra, a la que se sumaron la erupción del volcán Villarrica y los sismos que asolaron la región, y la siempre presente idea de evangelizar a los indígenas, fueron propiciando nuevas formas de entendimiento ocasional.

Una innovación de la guerra en este período fue el establecimiento de parlamentos, es decir, verdaderas conferencias o reuniones generales que celebraron los españoles con los diferentes jefes indígenas que representaban a los butalmapu , en un lugar señalado de antemano con el fin de establecer una política de paz.

En 1639 asume Francisco López de Zúñiga, Marqués de Baides, partidario de buscar el entendimiento, y bajo su gobierno, en 1641, se produjo el parlamento de Quilín. En esta reunión hubo banquetes, intercambios de regalos, discursos y promesas de paz por ambos lados. Los españoles reconocieron la libertad de los indígenas en sus tierras y estos permitieron el ingreso a la Araucanía de misioneros. Sin embargo, estos ofrecimientos incluían solo al grupo familiar, por lo que los que no estuvieron presentes en la reunión continuaban con los malones, en forma aislada, a lo que los españoles respondieron con nuevos ataques, convirtiendo la frontera del Biobío en escenario de un continuo conflicto.

Los parlamentos siguieron celebrándose cada vez que asumía un nuevo gobernador, pero ninguno dio frutos. El último de la época colonial fue convocado por Ambrosio O’Higgins, en Negrete (1793).

Estos parlamentos, más la labor de los misioneros y la influencia de los comerciantes, fueron configurando un especial modo de vida fronteriza. En la práctica, el límite se constituyó en una zona de intercambio que favorecía tanto a los españoles como a los indígenas. Estos últimos adquirían artículos de hierro, géneros, caballos, vino y aguardiente. Por su parte, los españoles requerían ponchos, alimentos y ganado.

La relativa paz y la voluntad mapuche permitieron crear algunos asentamientos al sur del Biobío: Lota, Arauco, Nacimiento, Negrete, Angol, Paicaví, Purén,Repocura y Boroa. Estos aseguraban la comunicación terrestre entre Concepción y Valdivia, que desde 1646 contó con fortificaciones que impedían el desembarco de piratas y corsarios.

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